Reflexiones de una educadora...

viernes, agosto 14, 2009

Discurso pronunciado por la profesora Soraya El Achkar en el acto de graduación de la XXV promoción de la Escuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela, el 21 de enero de 2009.

“Perdón por la Universidad que tenemos…”


Podría hablarles de la ética profesional o hacer una radiografía del país que tenemos y del compromiso que, en adelante, deben asumir pero, quiero aprovechar la privilegiada ocasión para imitar al Papa Juan Pablo II, cuando 359 años más tarde pidió perdón porque la Santa Inquisición condenara a Galileo Galilei por haber defendido la idea de que el sol estaba inmóvil y era el centro del universo. Creo que la Universidad no tiene por qué esperar tanto tiempo. HOY, YO TAMBIÉN QUIERO PEDIR PERDON en nombre de nuestra querida Alma Mater... Y me quitaré el birrete para enfrentar el acto de contrición.

PERDÓN porque entraron a la universidad y se fueron y no nos enteramos de sus angustias, sus miedos, sus miles de dificultades para estudiar y mantenerse de pie, ensayando una y otra vez, a pesar de las carencias, la soledad, el traslado tan engorroso, el desmotivo, el trabajo que agobiaba, los hijos en el caso de las mujeres madres, los miles de rollos familiares y de pareja que suelen afectar la vida entera.

PERDÓN porque perdimos la oportunidad durante 5 años y quizás un poco más de hacernos amigos, de cantar juntos, de subir al Parque Nacional El Ávila, de acercarnos a sus pueblos y sus costumbres, de bailar el tamunangue o los tambores de San Juan y recrear las relaciones que, al final, son lo más importantes en la configuración de la personalidad de cualquier profesional.

PERDÓN por las horas que pasaron en los salones esperando que les anunciaran una buena noticia pero sólo recibieron repeticiones librescas, contenidos fútiles, ideas repetidas las más de las veces, tareas inocuas, arbitraria y antojadizas. Porque muchas veces se quedaron esperando que llegáramos a la hora, que habláramos correctamente, que fuéramos consistentes o que, al menos, preparáramos las clases y no improvisáramos.

PERDÓN porque no logramos comprender que ustedes eran una prioridad y estaban por encima de un plan de estudio que, además, no dio la talla pero tercamente aplicamos porque somos obedientes, sumisos y adaptados.

PERDÓN por las penalidades recibidas algunas con razón y otras deliberadamente. Por clasificarlos de 08 ó 18 (de una escuala del 0 al 20) sin alcanzar comprender los límites de nuestras evaluaciones y las racionalidades – emocionalidades que estaban en juego. Por la falta de orientación a tiempo, por aguantar los malhumores de nuestro personal administrativo y soportar la burocracia y la indolencia universitaria.

PERDÓN porque no supimos valorar la polifonía y, por el contrario, fueron nuestras voces las que se impusieron. La voz estudiantil no es tanto un reflejo del mundo como su fuerza constitutiva que media y da forma a la realidad dentro de las prácticas históricamente construidas. La voz entonces es el medio que tienen los estudiantes para hacerse oír y nosotros no hemos sabido darle fuerza a esa voz, potenciarla, politizarla, vigorizarla para el ejercicio del poder ciudadano. Siempre preferimos la sumisión, en lugar de la rebeldía. Siempre aupamos el silencio, en lugar del bravío y rebelde pronunciamiento.

PERDÓN por no darnos cuenta de las diferencias de clase y los mecanismos que reprodujeron las desigualdades sociales. Unos tenían con qué y otros ni para comer. Y no hicimos nada para solventar las condiciones de los estudiantes menos aventajados. Muchos de los que, con ustedes comenzaron, hoy no nos acompañan y luego nos creímos el cuento de la meritocracia. No se trataba tanto de la igualdad de oportunidad, sino de la igualdad de condiciones para dejar de perpetuar la desigualdad e injusticias de la sociedad en su conjunto.

PERDÓN por los muchos comentarios sexistas, racistas, clasistas, homofóbicos y misóginos que hicimos en clase ofendiendo la diversidad, la elección personal, la libertad de conciencia, la autodeterminación de las personas y los pueblos. Por los abusos de autoridad y el ejercicio de dominación en esta diferencial relación entre profesores y estudiantes.

PERDÓN por ponerlos a competir entre ustedes y no generar un sentido de cooperación y solidaridad porque al final es un mito aquello de que sobrevive el más apto y el más competitivo. Hoy en día está más que probado que es la concurrencia, la solidaridad y la mancomunidad los valores que sostienen cualquier propósito que se emprenda.

PERDÓN por fragmentar el conocimiento, desvincular las materias, repetir contenidos, autores, enfoques y promover la disociación porque, por un lado tenían que pensar en el proyecto con sus profesores de seminario o metodología y, por el otro, obedecían las indicaciones contrarias de los tutores.

PERDÓN porque no entendimos que el poder está imperceptiblemente micro fracturado y se manifiesta en esas prácticas de resistencia que terminan por hacernos creer que se esforzaron y resulta ser que se plagiaron.

PERDÓN por las veces que tuvieron que pasar la noche en los pasillos externos a la Escuela y pelear por un cupo en las asignaturas. Por esperar que se ofertaran las materias y por trasladarse a otros centros regionales esperando pasar la asignatura más de una vez cursada y más de una vez aplazada. Por tener que rogar que alguien tutoreara la tesis y pesquisar a los profesores para que entregaran las notas o arreglaran algún desafuero de control de estudios.

PERDÓN porque no generamos con frecuencia prácticas universitarias realmente democráticas, de modo que pudieran apelar a estas en el ejercicio profesional. La democracia, que es el gobierno de todos, termina siendo el gobierno de unos pocos y lo que a todos y todas compete termina siendo decidido por quienes ejercen cargos de representación universitaria, en lugar de favorecer la deliberación, el diálogo, la negociación y argumentación. El ejemplo más claro es mi designación como madrina que terminó siendo la imposición y decisión de unos pocos.

PERDÓN por haberlos sacado de su contexto y no prestar atención a los problemas locales para volver a estos con afán de intervenirlos desde lo que si pudimos haber enseñado: La curiosidad epistemológica.

PERDÓN por no generar experiencias pedagógicas teórico-prácticas genuinas que nos permitiera, a ustedes y a nosotros/nosotras, estar más apegados a la vida y menos a la especulación académica, que indujera a comprometernos con la transformación social en solidaridad con los grupos subordinados, lo que por necesidad implica una opción preferencial por los más pobres y por la eliminación de las condiciones que permiten el sufrimiento humano, la opresión, la injusticia y la desigualdad.

PERDÓN porque no los formamos para el ejercicio de la ciudadanía crítica y universalista. Ocurrió la invasión a Irak y luego al Líbano y ahora a Palestina y nada hicimos por movilizar la conciencia de que en Irak, el Líbano y en Palestina, primero son las personas y que la industria militar debe dejar de tener voz y voto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Como diría el cantautor: la vida no vale nada cuando otros se están matando y yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada.

PERDÓN porque hoy tenemos menos planeta que ayer y los cálculos de centenares de expertos son de, más o menos, 100 años de vida si seguimos con estos niveles de industrialización y, a pesar de la tragedia, no hicimos lo suficiente para que cada uno de ustedes se comprometiera en la lucha contra las empresas trasnacionales que, inescrupulosamente, están explotando los recursos sin piedad ni consideración a las próximas 10 generaciones de seres humanos.

PERDÓN por no enseñarles que es la FRÓNESIS, que no es más que la disposición a actuar verdadera y correctamente, porque es la única virtud que podría hacer de todos nosotros gente buena, digo… de buena fe, de buena voluntad, de buenas acciones.

POR FORTUNA Vivimos en medio de contradicciones y La Escuela también fue un motivo para pasar del pensamiento ingenuo al pensamiento crítico.
También fue la posibilidad de recrear nuestra vida, conocer gentes, escribir algunas líneas, descubrir a Walt Whitman, conversar con autores de los siglos pasados, comprender que nuestra vocación ontológica es “ser más”. La Escuela fue la posibilidad de andar de-construyendo para reconstruir los saberes nuevos y viejos, reconfigurar las ideas y el lenguaje que nos constituye. Fue el lugar para cultivar la disciplina, la constancia, la paciencia, la capacidad de negociación y el trabajo afanoso.
La Universidad fue el lugar donde consiguieron los grandes amigos, las amigas, quizás la pareja. El espacio para desahogar las penas con los panas, hacer el amor en tierra de nadie, emborracharse en la parroquia, fumarse sus porritos, armar grupos para la playa, iniciarse en la política, descubrir su identidad sexual, distinguir entre el bien y el mal, resistir a la autoridad que se impone a la fuerza, rebelarse contra el sistema y ejercer el divino arte de criticar por criticar.

POR FORTUNA, los pasillos, el cafetín, la librería del señor Wicho, los banquitos de planta baja sirvieron como espacio donde se reconfiguró la personalidad a partir del diálogo franco y crudamente abierto con los profesores más cercanos o más raros (como suelen llamarles). El tiempo … y que … perdido en estos espacios sirvió no sólo para afinar los argumentos y aprender a deliberar, sino para cultivar las relaciones, los afectos y cristalizar proyectos que hoy son una realidad.

RECUERDEN por siempre las buenas prácticas universitarias y el amor cultivado de a trocitos y no reproduzcan las malas mañas. Cuídense de no repetir los patrones.
… Y como diría Eduardo Galeano: "Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

El aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás.

Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo.
La muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero; nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene.

El mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión.

La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse.
La Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»

Seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

MUCHAS GRACIAS Y QUE EL UNIVERSO CONSPIRE PARA QUE VIVAN APASIONADAMENTE LA AVENTURA DE EDUCAR

La Sombra del Viento

viernes, agosto 07, 2009

En un post anterior ya expliqué cómo me gustan a mí los libros o, al menos, cuáles son las características que me atraen en principio y que hacen que los compre.

Pero me acabo de dar cuenta que hay una característica importantísima a la hora de ver si un libro ha sido o no de mi agrado: que me haga sonreir. La explicación es sencillita: si usted me ve leyendo un libro y ve que sonrío mientras leo, pues ese libro me gusta. Ahora, ¿por qué sonrío?

Pues por muchas razones. En ocasiones me hallo a mí mismo con una sonrisa cómplice, al compartir un secreto con el protagonista o al ver que está haciendo alguna picardía. O con una sonrisa esperanzadora, al enterarme que se hace justicia en la historia. O (como en el libro que les voy a recomendar) al leer encantado las cosas que hace, dice o piensa algún personaje al que le he tomado mucho cariño. O simplemente que hacen algún chiste en el libro y me rio pues!

Si algún libro me ha hecho sonreir de ternura, de picardía, de complicidad, de esperanza, de justicia, de locuras y de cariño por un personaje, ese es La Sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón. Fue el regalo de cumpleaños que me hizo un gran amigo (otro venezolano que vive en Barcelona) y no lo empecé a leer sino apenas hasta hace poco. Qué regalo! Ahorita este amigo está de viaje, pero tan pronto llegue le diré que me terminé el libro que me regaló y que me encantó.

Es la historia de Daniel, un muchacho que consigue el único ejemplar de un libro de un autor desconocido. Se empeña en saber qué ha sido de ese autor y en esa búsqueda se entrelazan intriga, suspenso, dolor, mucho amor, muerte, amistades, lealtades, humor, etc. Todo esto ubicado en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, desde los últimos esplendores del Modernismo, pasando por la guerra civil española y hasta las tinieblas de la posguerra.

Además, para mí fue muy sabroso leerla por dos cosas. Primero porque aprendí ciertas cosas de la historia de Barcelona y segundo, porque al estar ambientada en esta ciudad, cuando hablaban de ciertos lugares, era rico ponerme a pensar en esos sitios que yo conozco, que camino con cierta regularidad y poder hacer el ejercicio mental de imaginármelos en aquella época me pareció fenomenal.

En fin, que es un libro que habla de libros y de los insondables mundos y las muchas historias que ellos guardan: las de quienes los escriben y, sobre todo, las de quienes los leemos.